Fue en el año de 1865, un 23 de abril, cuando nació la Sierva de Dios Luisa Picarreta, en una ciudad al sur de Italia llamada Corato. A esta alma víctima que se ofreció voluntariamente en su lecho de dolor durante más de 60 años, Nuestro Señor la escogió como uno de los principales instrumentos para revelarle los misterios del Reino de la Divina Voluntad que ella escribió en 36 volúmenes.
Uno de sus confesores, el Santo Aníbal María di Francia (canonizado el 16 de mayo de 2004), nos da testimonio de Luisa Picarreta sobre “las sublimes revelaciones hechas por nuestro Señor Jesucristo a esta queridísima hija suya, y que tiene por finalidad establecer en la tierra el triunfo completo del Reino de la Divina Voluntad” (Las Horas de la Pasión, presentación 1915).
El Reino de la Divina Voluntad no es otro sino el cumplimiento de la oración del Padre Nuestro que el mismo Jesucristo nos enseñó: “venga tu reino”, es decir, el “Fiat Voluntas Tua sicut in coelo et in terra”: Hágase tu voluntad en la tierra como se cumple en el cielo. Esto significa que se haga la voluntad de Dios, que se viva la voluntad de Dios en la tierra, exactamente como se hace, se cumple y se vive en el cielo, lo que permitirá al hombre vivir en la santidad a la Semejanza de su Creador y que contiene la verdadera felicidad: la felicidad del Fiat Voluntas Tua como en el cielo así en la tierra.
Tercer Fiat
El Reino de la Divina Voluntad es el cumplimiento del tercer Fiat.
El primero lo encontramos en la obra de Dios Padre en la Creación, cuando pronunció el “Fiat Lux” – Hágase la Luz;
El segundo Fiat realizado en el Hijo por medio de la Santísima Virgen María al pronunciar aquellas palabras ante el ángel de la Anunciación: Fiat mihi secundum verbum tuum – Hágase en mí según tu palabra.
Y el tercer Fiat es el Fiat Voluntas Tua, el Hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el cielo, que será pronunciado y hecho vida por aquellos fieles que logren por la gracia divina restituir su ser mediante la negación total de su Yo.
¿Pero qué diferencia existe entre la Divina Voluntad y cumplir fielmente y en todo la voluntad de Dios? Mucha diferencia. Es una diferencia cualitativa. Cumplir la voluntad de Dios no es una novedad. Eso lo han hecho todos los santos en todos los tiempos, porque sin la voluntad de Dios no puede haber virtud ni santidad. No obstante, cada uno toma y tiene una relación con ella en la medida que se le concede conocerla. ¿Qué es lo que hasta ahora ha conocido el hombre de la voluntad de Dios? Pues ha conocido su ley, sus mandamientos, lo que quiere, lo que dispone y lo que prohíbe. Es decir, la voluntad de Dios como “complemento”, pero no aún, si cabe la expresión, como “sujeto” y “verbo”. No lo que es esa Suprema y Eterna Voluntad, ni lo que le pertenece, ni lo que hace.
En otras palabras, hasta ahora el hombre por medio de la Redención y con apoyo en la gracia divina asegura su salvación en la medida en que cumple la voluntad de Dios. Conforme más se ajuste el hombre al cumplimiento de la voluntad de Dios más santo será. Pero ahora se trata de algo esencialmente distinto y que es “descubrir la herencia divina”, es decir, el don de la misma Voluntad Divina pero ya obrando en la criatura humana, y con ella y por medio de ella lograr la Semejanza divina que perdió con Adán. Así el hombre no sólo alcanzará la salvación, sino que alcanzará la misma Santidad Divina. Ya el hombre no logrará una santidad con actos humanos por obra de la gracia de Dios, sino será una santidad con los mismos actos divinos obrando en su voluntad humana.
Así pues, la novedad es que Dios nos invita a vivir en su Querer, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo viven este Querer Eterno. Lo nuevo es la Divina Voluntad obrando en la criatura y la criatura obrando al modo divino en Ella.
La aportación de esta gracia única es que no sólo hagamos su Voluntad (la que Dios nos da), sino que la tengamos como nuestra, como vida de nuestra vida, para vivir y reinar con Ella y en Ella, y así de esta forma, la voluntad humana pide ser sustituida para cada cosa y en cada momento por la Voluntad misma de Dios, la cual le va colmando de su amor y de sus bienes infinitos, devolviéndole la Semejanza divina y alcanzándole la finalidad última para la que fue creado por Dios. O sea, que nos encontramos con dos voluntades, la humana y la divina, pero unidas en un solo Querer Divino. Así, esta criatura formará otro Jesús, no por naturaleza, sino por una gracia especialísima otorgada por Dios, y así se cumplirá lo que dice Jesucristo: “Que todos sean uno. Como tú, Padre en Mí y Yo en Ti, que ellos también sean uno en Nosotros... Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como Nosotros somos uno: Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean perfectamente uno...” (Juan 17, 21 – 23).
Y en esto consiste pues el Reino de la Divina Voluntad, no el Reino de la Redención, que sería el medio, sino el Reino de su Voluntad que es el fin. Esta es pues la finalidad de la obra de la Creación, que alcanza su fruto pleno en la obra de la Redención y que es a la vez meta y culminación de la obra de la Santificación.
Textos sobre la Divina Voluntad
Algunos textos revelados por Nuestro Señor a Luisa, “la pequeña hija de la Divina Voluntad”, aclararán aún más lo dicho hasta ahora:
“La doctrina sobre mi Voluntad es la más pura, la más bella, tanto en lo sobrenatural como en lo natural... antes tenía que formar a los santos que debían parecerse a Mí y copiar lo más perfectamente posible mi Humanidad, en la medida que es posible a una criatura, y eso ya lo he hecho. Ahora mi bondad quiere ir más allá y quiero que entren en mi Humanidad y copien lo que el alma de mi Humanidad hacía en mi Divina Voluntad.
“Si los primeros han cooperado en mi Redención, salvando las almas, enseñando la ley, desterrando la culpa, limitándose a los siglos en que han vivido, los segundos irán más allá, copiando lo que hacía el alma de mi Humanidad en la Divina Voluntad, abrazarán todos los siglos, a todas las criaturas y elevándose por encima de todos, pondrán en vigor mis derechos sobre la creación, derechos que atañen a las criaturas, llevando todas las cosas al estado originario de la Creación y a la finalidad para la que la Creación fue hecha. Si hice salir la Creación, tiene que volver a Mí ordenada, tal y como salió de mis manos” (Vol. 16 del 10 de febrero de 1924 y Vol.14 del 6 de octubre de 1922).
Dice Jesús:
“Todo lo que he dicho sobre mi Voluntad no es más que preparar el camino, formar el ejército, reunir el pueblo elegido, disponer el terreno en que ha de formarse el Reino de mi Voluntad y por tanto regirlo y dominarlo” (Volumen 19, 18 de agosto de 1926).
“Gracia más grande no podría conceder en estos tiempos tan tempestuosos y de carrera vertiginosa en el mal, que hacer saber que quiero conceder el gran don del Reino del ‘Fiat’ Supremo” (Volumen 19, 9 de septiembre de 1926).
“Ahora, como en la Creación, mi Amor se desborda fuertemente y el Reino de mi Voluntad está decretado... tan sólo quiere que las criaturas lo sepan, que conozcan sus bienes, para que conociéndolos, suspiren y quieran el Reino de la santidad, de la luz y de la felicidad, y así como una voluntad lo rechazó, así otra lo llame, lo suspire y lo haga venir a reinar en medio de las criaturas” (Volumen 23 del 30 de octubre de 1927).
Restitución de los derechos naturales sobre la Creación
De lo anterior queda claro que el Reino de la Divina Voluntad expresa una santidad mayor que las anteriormente conocidas, puesto que está estrechamente vinculado a la restitución de los “derechos naturales del hombre sobre la creación” que se perdieron por el pecado. Así lo dice claramente el Señor a Luisa al referirse a los santos, a los llamados “segundos”, (es decir, del final de los tiempos) que una vez que copien lo que hacía el alma de Jesús en su Divina Voluntad, “abrazarán todos los siglos, a todas las criaturas y elevándose por encima de todos, pondrán en vigor los derechos sobre la creación, derechos que atañen a las criaturas.”
La Llave: María Santísima
¿Cómo y a través de quién se hará realidad el Reino de la Divina Voluntad en la tierra? Pues a través precisamente de la Santísima Virgen María, criatura que fue concebida, nació, vivió en la tierra y – sin pasar por la muerte – subió al cielo en cuerpo y alma, rodeada de todos los bienes y conteniendo en sí el Reino de la Divina Voluntad. Así, la voluntad de María y la de Dios fueron una sola. María fue el nuevo Paraíso terrestre de Dios, el nuevo Edén plantado por la mano divina, cuya tierra fue preservada de la maldición que Adán le había acarreado, tierra donde siempre vivió el Sol Divino en todo su esplendor. Por tanto, cuando María Santísima pronunció ante el ángel de la Anunciación el Fiat, quedó listo el escenario de la Redención con todos sus efectos a futuro, y de ahí que María sea Madre de Dios y de todos los hombres, y particularmente en su misión de Corredentora que ahora toma especial lugar y trascendencia, para que a través de Ella y por medio de Ella se establezca el Reino de la Divina Voluntad en la tierra.
Será entonces cuando con toda propiedad se afirme que María Santísima es la Nueva Jerusalén, “la novia que desciende del cielo para las nupcias con el Cordero” (21, 2)y Ella será “la morada de Dios con los hombres” (21,3). Pero igualmente, quien logre alcanzar vivir plenamente en su vida, en su humanidad, el Reino de la Divina Voluntad, esa persona será no sólo parte de la Nueva Jerusalén, sino que será él, junto con todos los que lo logren, la Nueva Jerusalén. Más aún, serán la novia engalanada para su esposo; serán, en definitiva, la Esposa del Cordero, pues como dice Jesucristo: “¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos”? “Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mateo 12, 48-50).
Decimos “quien logre alcanzar”, pues el mensaje de la Divina Voluntad corre el riesgo de ser mera doctrina, enseñanza o deseo, dejando así estéril el proyecto de la Divina Voluntad, si no existe como condición la negación absoluta y total del Yo. Y esto es todo un proceso de lucha ascendente hacia el crecimiento espiritual.
Dicho en otras palabras: supongamos que la Divina Voluntad consistiera en vencer la ley de la gravedad, que como principio tiende a dirigir los cuerpos hacia el centro de la tierra. Asumimos que la anti gravedad sólo existe fuera de la tierra, en el espacio exterior. Por tanto, vivir la Divina Voluntad exige la construcción, planeación y lanzamiento del módulo o cohete espacial para llegar al espacio exterior, y entonces sí, vencer la ley de la gravedad. Así, por más conocimiento que se tenga de dicha ley; por más que alguno afirme que ya venció la gravedad en la tierra, “si no flota en la tierra” no ha vencido dicha ley, ni la podrá superar mientras no realice los actos tendientes a llegar al espacio exterior. Todos esos actos se reducen precisamente a la aniquilación del Yo mediante los medios propios y adecuados para ello.
Los medios
Sin pretender agotar el tema, desde luego, el Reino de la Divina Voluntad no se logrará gratuitamente. Es cierto que estamos viviendo una época de especial gracia de Dios, que se están descubriendo los grandes misterios del Reino y que el Cielo está dispuesto a “abaratar”, por decirlo así, el Reino de Dios para que podamos participar y vivir en él, pues tal y como está prometido, “muchos últimos serán los primeros”(Mt 20,16). Esta santidad de grado sumo es como un regalo especial del Cielo, análogo a aquel primer regalo y milagro que le arrancó María Santísima a Jesús en las bodas de Caná. Ahora, igual que en aquel tiempo, María le ha arrancado a Jesús el milagro de que hombres y mujeres de este tiempo, poniendo a Dios como prioridad en sus vidas, puedan alcanzar esta gracia maravillosísima de vivir en el Reino de Cristo en la tierra con todo lo que ello implica.
De aquí se explica por qué la Santísima Virgen, además de llamar a la conversión a todos los hombres de la tierra, también hace un llamado más especial a los que Ella denomina los “apóstoles de los tiempos”, a aquellos que estén dispuestos a negarse a sí mismos y a poner a Dios como prioridad en sus vidas, especialmente en este tiempo en que tendrá lugar la gran batalla para lograr la restitución, la lucha entre el Misterio de la Iniquidad y el Reino de la Luz.
Por eso, al margen de cualquier espiritualidad o revelación privada, y para que todo este conocimiento no se quede en mera teoría o simples deseos, todo aquél que quiera alcanzar esta gracia extraordinaria de santidad en plenitud deberá de:
- Luchar por imitar a Jesucristo.
- Llevar una vida disciplinada en la oración.
- Esforzarse por rezar el Santo Rosario todos los días.
- Frecuentar los sacramentos, especialmente la Penitencia y mayormente la Eucaristía.
- Hacer sacrificio y penitencia en todas sus modalidades: ayuno, abstinencia, mortificar los sentidos, negarse a sí mismo, purificar los pecados o penitencia, haciéndose así partícipe de la purificación de la humanidad.
- Vivir las virtudes cristianas coronadas por una exquisita caridad con todos, perdonando lo imperdonable.
- Trabajar en un apostolado firme, constante y diligente, buscando la conversión de los demás.
El Santo Luis María Grignion de Montfort (1673-1716) afirmaba precisamente que en el final de los tiempos, María Santísima se encargaría de “la formación y la educación de grandes santos que existirán hasta el fin del mundo” (Tratado sobre la Verdadera Devoción no. 35). Y la clave está en esta frase: “el Altísimo y su Santa Madre formarán grandes santos para sí, que sobrepasarán a la mayoría de los otros santos en santidad, como los cedros del Líbano sobrepasan a los pequeños arbustos”.
Parece ser entonces que aquí se cumplirá aquello que decía Jesucristo: “vosotros haréis milagros mayores que los que Yo hice” (Mateo 17, 20).
Mensaje del 2 de octubre de 1938 del Señor a Luisa
“Así como fue decreto la Creación y la Redención, así es decreto nuestro el Reino de nuestra Voluntad sobre la tierra, por eso, para cumplir este nuestro decreto, Yo debía manifestar los bienes que hay en él, sus cualidades, sus bellezas y maravillas; he aquí la necesidad por la cual Yo debía hablarte tanto, para poder cumplir este decreto.
“Hija, para llegar a esto Yo quería vencer al hombre por caminos de Amor, pero la perfidia humana me lo impide, por eso usaré la justicia, barreré la tierra, quitaré a todas las criaturas nocivas, que como plantas venenosas envenenan las plantas inocentes.
“Cuando haya purificado todo, mis verdades encontrarán el camino para dar a los sobrevivientes la Vida, el bálsamo, la paz que mis verdades contienen, y todos las recibirán, les darán el beso de paz, y para confusión de quien no las haya creído, más bien las ha condenado, reinará y tendré mi reino sobre la tierra: ‘Que mi Voluntad se haga como en el Cielo así en la tierra.’
Autor, Luis Eduardo López Padilla, y la página donde fue originalmente publicado,www.apocalipsismariano.com