En la Obra Teológica de Jesús nuestro Amor Eucarístico (Pgs.106-107), dice: “La Sagrada Eucaristía es el Pan que viene de nuestra Madre Celestial. Es Pan producido por María de la harina de Su carne inmaculada, amasada con su leche virginal. San Agustín escribió: ‘Jesús tomó Su Carne de María’. Sabemos, también, que unidos a la Divinidad en la eucaristía están el Cuerpo y la Sangre de Jesús tomados del cuerpo y la sangre de la Virgen Bendita. Por tanto en cada Sagrada Comunión que recibimos, sería bastante correcto, y una cosa muy bella, ADVERTIR LA DULCE Y MISTERIOSA PRESENCIA DE NUESTRA MADRE, INSEPARABLEMENTE UNIDA CON JESUCRISTO EN ESTA HOSTIA. Jesús es siempre el Hijo que Ella Adora. Él es Carne de Su carne y Sangre de su sangre. Si Adán pudo llamar a Eva cuando ella fue tomada de una de sus costillas, ‘hueso de mis huesos y carne de mi carne’ (Gen. 2:23), ¿no puede la Virgen María aun con más justicia llamar a Jesús ‘Carne de mi carne y Sangre de mi sangre’? Tomada de la ‘Virgen intacta’, como dice Santo Tomás de Aquino, la carne de Jesús es la carne maternal de María, la sangre de Jesús es la sangre maternal de María. Por tanto nunca será posible separar a Jesús de María. Por esta razón en cada Santa Misa que se celebra, la Bendita Virgen puede repetirle con certeza a Jesús en la hostia y en el cáliz: “Tú eres mi Hijo, hoy yo te he generado” (Salmo 2:7). Y justamente San Agustín nos enseña que en la eucaristía “María extiende y perpetúa su Divina Maternidad”, mientras que San Alberto el Grande exhorta con amor: ‘Mis almas, si quieren experimentar intimidad con María déjense llevar en sus brazos y ser nutridos con Su sangre…’ Id con este inefable y casto pensamiento al banquete de Dios y encontraréis en la Sangre del Hijo la nutrición de la Madre”
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