lunes, 15 de septiembre de 2014

Nuestra Señora de los Dolores, Celebración Universal (15 de septiembre) Es la más universal de todas las advocaciones de la Virgen María, pues no está vinculada a una aparición, sino que recuerda los dolores que sufrió la Madre de Jesús. Estos son: La profecía de Simeón, la huida de Egipto, el niño Jesús perdido en el Templo, el encuentro de Jesús y María camino al Calvario, la Crucifixión, el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz, el entierro de Jesús.


Ella lo sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de redención, sufrió para demostrarnos su amor.
La devoción de los dolores de María es fuente de Gracias porque llega a lo profundo del corazón de Cristo.
La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reserva al amor de María y llevar con paciencia nuestra Cruz acompañados de la Madre Dolorosa…
Se puede decir que, desde el principio del cristianismo, al recordar la pasión del Redentor, los hijos de la Iglesia no podían menos de asociar al dolor del Hijo de Dios los sufrimientos de su bendita madre.
Los Padres de la Iglesia demuestran, efectivamente, que no pasó inadvertido el dolor de María.
San Efrén (en su Lamentación de María), San Agustín, San Bernardo, San Antonio y otros cantan piadosamente los padecimientos de la Madre de Dios.
Y, ya en el siglo V, vemos cómo el papa Sixto III (432-440), al restaurar la basílica Liberiana, la consagra a los mártires y a su Reina, según lo indica un mosaico de dicha iglesia.
La liturgia de la celebración de los Dolores de la Virgen, es de origen alemán. La instituyó en Colonia el arzobispo Teodorico de Meurs, en 1423, para reparar las burlas que los herejes husitas hacían a las imágenes de la Virgen Dolorosa.
De Colonia se propagó esta conmemoración de los Dolores de María a otras iglesias, y el papa Benedicto XIII la extendió a toda la Iglesia.
El hecho de que se celebre también Nuestra Señora de los Dolores el 15 de septiembre, se debe a que desde 1688 los religiosos Servitas celebraban en esa fecha, por concesión de Inocencio XI, la fiesta de los Dolores de la Virgen, fiesta que Pio VII extendió a toda la cristiandad.
Paralelamente a estas celebraciones “canónicas” se desarrollaba en España un culto especial a “la Dolorosa”, en torno a los “pasos de Semana Santa” que tienen este motivo, servidos por hermandades y cofradías.
En el siglo XVII se dio principio a la celebración litúrgica de dos fiestas dedicadas a los Siete Dolores, una el viernes después del Domingo de Pasión, llamado Viernes de Dolores, y otra el tercer domingo de septiembre.
La primera fue extendida a toda la iglesia, en 1724, por el papa Benedicto XIII; y la segunda en 1814, por Pío VII, en memoria de la cautividad sufrida por él en tiempos de Napoleón. Esta segunda fiesta se fijó definitivamente para el 15 de septiembre y actualmente es la única que se celebra litúrgicamente.
Bajo el título de Virgen de la Soledad o de los Dolores o de la Angustias se venera a María en muchos lugares; es una advocación que cuenta con gran número de devotos en países como España, Argentina, México, Italia y Portugal. Es la patrona de Eslovaquia.
La fiesta de nuestra Señora de los Dolores se celebra el 15 de septiembre y recordamos en ella los sufrimientos por los que pasó María a lo largo de su vida, por haber aceptado ser la Madre del Salvador.
Este día se acompaña a María en su experiencia de un muy profundo dolor, el dolor de una madre que ve a su amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado por los temerosos apóstoles, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.
María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no la comprendamos.
Es Ella quien, con su compañía, su fortaleza y su fe, nos da fuerza en los momentos de dolor, en los sufrimientos diarios.
Pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de Ella y comprender que, en el dolor, somos más parecidos a Cristo y somos capaces de amarlo con mayor intensidad.
La imagen de la Virgen Dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos.
Algunos te dirán que Dios no es bueno porque permite el dolor y el sufrimiento en las personas. El sufrimiento humano es parte de la naturaleza del hombre, es algo inevitable en la vida, y Jesús nos ha enseñado, con su propio sufrimiento, que el dolor tiene valor de salvación. Lo importante es el sentido que nosotros le demos.
Debemos ser fuertes ante el dolor y ofrecerlo a Dios por la salvación de las almas. De este modo podremos convertir el sufrimiento en sacrificio (sacrum-facere = hacer algo sagrado). Esto nos ayudará a amar más a Dios y, además, llevaremos a muchas almas al Cielo, uniendo nuestro sacrificio al de Cristo.

 

ICONOGRAFÍA DE LA VIRGEN DOLOROSA

La iconografía de la Virgen admite algunas variantes aunque es menos rica que las escenas cristíferas pasionarias. Se puede reducir a estos modelos: Amargura, Dolorosa, Quinta Angustia, Piedad, Virgen Afligida y Soledad.
La Amargura es una composición en la que iconográficamente debe aparece con san Juan en el paso, escenificando su caminar por la Vía Dolorosa al encuentro de su Hijo que el discípulo predilecto le señala con el dedo. Representa el momento en que la Virgen, acompañada de san Juan y ajena aún a la condena de su Hijo escucha en la llamada Sacra Conversación la noticia que le comunica el apóstol sobre la situación de Jesús y ambos se dirigen a la calle de la Amargura para contemplar el paso de Jesús cargado con la cruz camino del Gólgota. La escena que se nos presenta no es evangélica y solamente Lucas narra el encuentro de Jesús con las mujeres de Jerusalén (Lc 23, 27-31) pero no con su Madre. “La fuente hay que buscarla en uno de los textos más influyentes en la conformación iconográfica de la Pasión: el Evangelio de Nicodemo. En su recensión B (una versión tardomedieval del original) se nos dice que Juan había seguido el cortejo de Jesús y los soldados para luego correr en busca de la Madre que nada sabía. Al oír ésta el relato quedó transida de dolor y acompañada del apóstol, María Magdalena, Marta y Salomé se dirigió a la calle de la Amargura.
Es la representación mariana más frecuente en las hermandades y aunque acompañada por san Juan aparece hoy día solamente en seis pasos en siglos pasados fue mucho más frecuente, incluso con la compañía de la Magdalena. Para un mayor lucimiento de la imagen de la Virgen con el paso del tiempo se han ido retirando esas figuras.

La Dolorosa es una Virgen en el Calvario, presenciando el suplicio y muerte de su Hijo. En este modelo iconográfico la Virgen puede aparecer con más figuras y asimismo puede o no ir bajo palio. La Virgen lleva pañuelo para secar sus lágrimas y puñal en el pecho. Esta devoción a los dolores de la Virgen hunde sus raíces en la época medieval y fue especialmente propagado por la Orden servita, fundada en 1233. También hay varias imágenes con la advocación de Dolores o Mayor Dolor que procesionan bajo palio.
La Angustia representa el momento del descendimiento de la cruz para ser colocado el cuerpo del Hijo en el regazo de la madre.
A continuación aparecería la Piedad que es el momento en que la Virgen tiene a Cristo muerto en su regazo. La más universal es la que cinceló Miguel Ángel para el Vaticano.
La Virgen Afligida es la de la traslación al Sepulcro.
Y por último la Soledad, sola al pie de la cruz.
No obstante lo anterior, se suelen denominar popularmente como “dolorosas” a prácticamente todas las imágenes marianas que procesionan en Semana Santa, lo hagan o no bajo palio.

CUÁNTAS ESPADAS

Se ha tomado como símbolo de dolor en María una espada, teniendo en cuenta la profecía de Simeón: “Una espada te atravesará el alma” (Lc. 2, 35).
El número simbólico de siete espadas es el que ha predominado sobre todo a partir del s. XV. Hay un grabado del s. XVI que tiene 13 espadas.

El murciano Salzillo (s. XVIII) talló una imagen de la Dolorosa, que sólo lleva clavada una espada, la Virgen de la Purísima Angustia de la iglesia de Santa Catalina, de Cádiz.
Como los dolores son tan numerosos y variados nunca los autores se pusieron de acuerdo acerca de cuáles eran cada uno, hasta llegó el momento que parecía como si hubiese una competición para ver quién encontraba más en la biografía de la Virgen, hasta el punto que llegaron a contarse hasta 150. Lo que sí sabemos es que María por ser Corredentora con su Hijo y al escoger éste el camino del sufrimiento tuvo que sufrir mucho, nunca el dolor estuvo ausente en su vida.

STABAT MATER

1. Estaba la Madre dolorosa
junto a la Cruz, llorosa,
en que pendía su Hijo.

2. Su alma gimiente,
contristada y doliente
atravesó la espada.

3. ¡Oh cuán triste y afligida
estuvo aquella bendita
Madre del Unigénito!

4. Languidecía y se dolía
la piadosa Madre que veía
las penas de su excelso Hijo.

5. ¿Qué hombre no lloraría
si a la madre de Cristo viera
en tanto suplicio?

6. ¿Quién no se entristecería
a la Madre contemplando
con su doliente Hijo?

7. Por los pecados de su gente
vio a Jesús en los tormentos
y doblegado por los azotes.

8. Vio a su dulce Hijo
muriendo desolado
al entregar su espíritu.

9. Ea, Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor,
contigo quiero llorar.

10. Haz que mi corazón arda
en el amor de mi Dios
y en cumplir su voluntad.

11. Santa Madre, yo te ruego
que me traspases las llagas
del Crucificado en el corazón.

12. De tu Hijo malherido
que por mí tanto sufrió
reparte conmigo las penas.

13. Déjame llorar contigo
condolerme por tu Hijo
mientras yo esté vivo.

14. Junto a la Cruz contigo estar
y contigo asociarme
en el llanto es mi deseo.

15. Virgen de Vírgenes preclara
no te amargues ya conmigo,
déjame llorar contigo.

16. Haz que llore la muerte de Cristo,
hazme socio de su pasión,
haz que me quede con sus llagas.

17. Haz que me hieran sus llagas,
haz que con la Cruz me embriague,
y con la Sangre de tu Hijo.

18. Para que no me queme en las llamas,
defiéndeme tú, Virgen santa,
en el día del juicio.

19. Cuando, Cristo, haya de irme,
concédeme que tu Madre me guíe
a la palma de la victoria.

20. Y cuando mi cuerpo muera,
haz que a mi alma se conceda
del Paraíso la gloria.

Amén.

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