TERTULIANO
En las “Actas del martirio de Santa Felicidad y Perpetua” cuenta lo que le sucedió a Santa Perpetua hacia el año 202. Una noche, mientras estaba en la cárcel, vio a su hermano Dinocrates, que había muerto a los siete años de un tumor en el rostro. Ella dice así: “Vi salir a Dinocrates de un lugar tenebroso, donde estaban encerrados muchos otros que eran atormentados por el calor y la sed. Estaba muy pálido. En el lugar donde estaba mi hermano había una piscina llena de agua, pero tenía una altura superior a un niño y mi hermano no podía beber Comprendí que mi hermano sufría. Por eso, orando con fervor día y noche, pedía que friera aliviado… Una tarde vi de nuevo a Dinocrates, muy limpio, bien vestido y totalmente restablecido. Su herida del rostro estaba cicatrizada. Ahora sí podía beber del agua de la piscina y bebía con alegría. Cuando se sació, comenzó a jugar con el agua. Me desperté y comprendí que había sido sacado de aquel lugar de sufrimientos” (VII,3-VIII,4)
SAN AGUSTÍN
En el siglo V, afirma: “La Iglesia universal mantiene la tradición de los Padres de que se ore por aquellos que murieron en la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo” (Sermo 172,1). “Opongan los herejes lo que quieran, es un uso antiguo de la Iglesia orar y ofrecer sacrificios por los difuntos” (libro de herejías, cap 53). Su madre Santa Mónica antes de morir dice: “Sepulten mi cuerpo donde quieran, pero les pido que, dondequiera que estén, se acuerden de mí ante el altar del Señor” (Confesiones IX,11). Y él dice: “Señor, te pido por los pecados de mi madre” (Conf IX,13). “Señor, que todos cuantos lean estas palabras se acuerden ante tu altar de Mónica tu sierva y de Patricio, en otro tiempo su marido, por los cuales no sé cómo me trajiste a este mundo. Que se acuerden con piadoso afecto de quienes fueron mis padres en la tierra… para que lo que mi madre me pidió en el último instante, le sea concedido más abundantemente por las oraciones de muchos, provocadas por estas Confesiones y no por mis solas oraciones” (Conf IX,13). Y afirmaba que “el sufrimiento del purgatorio es mucho más penoso que todo lo que se puede sufrir en este mundo” (In Ps. 37, 3 PL 36).
Algo parecido decía Santa Magdalena de Pazzi, quien pudo una vez contemplar a su hermano difunto y dijo: “Todos los tormentos de los mártires son como un jardín de delicias en comparación de lo que se sufre en el purgatorio”.
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