Taller de Job – Del Sufrimiento a la Gloria
En la Biblia tenemos la experiencia de Job que quería respuestas sobre por qué estaba sufriendo.
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Y al final tampoco se le dio respuesta clara.
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Sin embargo Job experimentó que si somos fieles a Dios, Él lo será más que nosotros, y nos restaurará un día, como sucedió con Job.
CULTIVAR LA RELACIÓN Y LA PERSISTENCIA
Todos hemos experimentado que ante una oración desesperada a Dios por algo que necesitamos y nunca conseguimos.
Dios aparece sordo o insensible a nuestras necesidades.
¿Qué hacemos cuando nuestras oraciones no son contestadas?
Por desgracia muchas veces nos damos por vencidos y lo racionalizamos diciendo “No tengo el tiempo para orar”.
Pero cuando nos damos por vencidos en la oración nos perdemos la alegría, la paz, y la esperanza que viene de un fortalecimiento de la relación con Dios.
Cuando comenzamos a orar y perseverar en la oración, porque estamos en una relación de amor con Dios, no resulta absolutamente central si nosotros conseguimos lo que queremos o no.
Dios nos fortalece en nuestra relación con Él y tenemos la convicción de que podemos superar todas las cosas si confiamos todo en Sus manos amorosas.
Así es como su paz, la esperanza y la alegría permanece en nosotros.
Nuestra relación de amor con Dios es lo que realmente inicia y sostiene nuestra oración, y no nuestra gran variedad de necesidades y deseos.
En la parábola del Evangelio de Lucas 11: 5-13, una persona necesitada de tres panes no va a un extraño con su petición, sino a un amigo con quien tiene relación, “Amigo, préstame tres panes”.
Y obtiene lo que él quiere porque persevera en pedir la misma cosa.
Del mismo modo, la primera razón por la que consigue lo que quiere es por su relación, y en segundo lugar debido a su persistencia.
“Os digo que si no se levanta para dar al visitante los panes debido a su amistad, va a levantarse y darle lo que necesita debido a su persistencia”.
La perseverancia en pedir todas nuestras necesidades debe comenzar y estar sostenida por nuestra relación con Dios.
En primer lugar, se nos garantiza el don del Espíritu Santo como la primera cosa buena que recibimos cuando oramos con persistencia al Padre: “¿Cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”
En segundo lugar, el Espíritu nos inspira y nos mueve a orar como hijos de Dios “de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Romanos 8:26).
En tercer lugar, el Espíritu nos permite vivir con y como Jesucristo, que se enfrentó y venció el sufrimiento, la muerte y la tumba, en una oración sostenida por su eterno amor de padre para él, “padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23:46).
Sobre esta base del relacionamiento con Dios haríamos bien en discernir por qué Dios no nos concede ahora lo que pedimos, y en la Biblia hay pistas.
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Porque quizás descubramos algo que no habíamos pensado y sentido sobre lo que creemos necesitar.
LA RESPUESTA QUE DA LA ESCRITURA SOBRE LA NEGATIVA DE DIOS A LO QUE PEDIMOS
La Escritura nos da algunas respuestas sobre por qué Dios a veces retrasa nuestros pedidos y a veces dice que no.
Y aunque estas explicaciones no siempre nos satisfacen emocionalmente, nos dan una enseñanza que nos puede ayudar a mitigar nuestra tristeza, ira, decepción, orgullo herido y a no alejarnos de la fe.
Veamos algunas de estas explicaciones.
Pensemos que las repuestas de Dios son de hecho y pueden ser Sí, aquí tienes, o No te lo doy, o no ahora sino más adelante.
A veces no es lo mejor para nosotros
A menudo pensamos que sabemos lo que es mejor para nosotros.
Queremos tener ese trabajo o que esa persona se enamore de nosotros o librarnos de determinada enfermedad o recibir una bendición financiera.
Y estamos seguros de que Dios también lo debe ver de esa manera.
En realidad Dios puede no estar de acuerdo con nuestra evaluación.
El hecho es que realmente no sabemos qué es lo mejor para nosotros o para otra persona.
Podemos pensar que sabemos, pero no es así.
A Pablo Dios le ayudó a comprender el poder de la cruz en su vida y darse cuenta de que tiene que aprender a depender de Dios; y así, también, para nosotros.
Podemos preferir ciertos resultados, pero sólo Dios sabe si nuestra preferencia es realmente buena para nosotros.
Dios es amor no complacencia ciega
Muchos confunden el amor con complacencia. La bondad es un atributo común de amor, pero no es lo mismo.
La bondad siempre quiere decir que Sí, pero el amor a veces dice No, incluso causando dificultades.
Dios es un Padre. Y el amor es más importante para nosotros que la simple bondad, que no es sino un atributo del amor.
“Habéis echado en olvido la exhortación que como a hijos se os dirige: Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor; ni te desanimes al ser reprendido por él.
Pues a quien ama el Señor, le corrige; y azota a todos los hijos que acoge.
Cierto que ninguna corrección es de momento agradable, sino penosa; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella”. (Hebreos 12: 5-6, 11).
“Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Entiende lo que quiero decirte, pues el Señor te dará la inteligencia de todo” (2 Tim 2: 3,7).
A veces nuestra solicitud no se puede conceder sin violar la libertad de otro
Es común orar por la conversión de otras personas. O podemos rezar para tomar alguna decisión que preferimos.
Dios es omnipotente y podría optar por forzar los resultados, pero esto violaría la libertad de decidir de verdad.
Si la libertad está supeditada a los caprichos de Dios, entonces no es realmente la libertad en absoluto.
Dios puede exhortar, nos puede enviar gracias especiales, pero al final cada uno de nosotros es libre.
Dios no suele obligar a alguien a elegir algo que otra persona quiere o pide en oración.
Las Escrituras afirman nuestra libertad:
“Podemos cumplir los mandamientos y hacer lo que a Dios le agrada. Dios nos ha dado a elegir entre la vida y la muerte, entre el fuego y el agua, y al final nos dará lo que hayamos elegido”. (Eclesiástico 15: 16-17).
A veces nuestra solicitud no puede ser concedida por el daño que podría causar a terceros
Se puede caer en la trampa de pensar que somos lo más importante en la agenda de Dios.
El profeta Jonás fue a regañadientes a predicar a los ninivitas (asirios).
Él quería que ellos se negaran a arrepentir y fueran destruidos en cuarenta días.
Tenía buenas razones para querer esto: los ninivitas tenían un ejército que era una gran amenaza para Israel.
Pero los habitantes de Nínive se arrepintieron y Jonás quedó amargado por esto.
Dios lo reprendió con estas palabras:
“¿Y no voy a tener lástima yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y una gran cantidad de animales?” (Jonás 4: 11)
A veces puede ser el caso de que lo que pedimos afectaría negativamente a los demás.
A veces nuestra fe no es lo suficientemente fuerte
Jesús dijo: “Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis”. (Mateo 21:22).
Y el libro de Santiago dice:
“Pero que la pida con fe, sin vacilar; porque el que vacila es semejante al oleaje del mar, movido por el viento y llevado de una a otra parte.
Que no piense recibir cosa alguna del Señor un hombre como éste”. (Santiago 1: 6-7).
También es el triste caso de Nazaret, en el que el Señor hizo pocos milagros “Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe” (Mateo 13:58).
A veces pedimos por los motivos equivocados
El libro de Santiago dice, “Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones”. (Santiago 4:3)
A veces el pecado sin arrepentimiento establece una barrera y nuestra oración se bloquea
“Mirad, no es demasiado corta la mano de Yahveh para salvar, ni es duro su oído para oír, sino que vuestras faltas os separaron a vosotros de vuestro Dios, y vuestros pecados le hicieron esconder su rostro de vosotros para no oír”. (Isaías 59: 1-2).
A veces no hemos sido generosos con los requerimientos y necesidades de los demás
“Quien cierra los oídos a las súplicas del débil clamará también él y no hallará respuesta”. (Proverbios 21:13).
A veces Dios no nos da bendiciones porque no estamos conformados a Su palabra en cosas menores
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis”. (Juan 15: 7).
“Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?” (Lucas 16: 11-12)
Tenemos que demostrar confianza en asuntos más pequeños para ser de confiables para mayores bendiciones.
Una cosa que a veces se omite pensar es que la oración no contestada significa de por si un regalo para nosotros.
EL DON DE LA ORACIÓN SIN RESPUESTA
Como se suele decir, Dios tiene tres maneras de responder a nuestras oraciones: Sí, no, y ahora no.
Como cualquier buen padre, Dios Padre nos complace, pero da un trato estratégico a nuestras necesidades.
A veces le pedimos cosas que no se corresponden con nuestras necesidades reales o deseos, llegando incluso a ser nocivos para nosotros.
Y hay momentos en los que tenemos que ser pacientes y esperar. Dios maneja el tiempo.
Por otro lado, la oración es un proceso abierto.
No es como pedir por algún deseo o juguete favorito.
La oración es una conversación en curso, en la que formulamos nuestras peticiones, mientras que Dios templa nuestros ánimos para nuestro propio beneficio.
En este proceso abierto Dios nos puede negar pedidos que le hagamos, como cuando no le respondió a Jesús cuando en la oración en huerto Él le pidió “aparta de mi este cáliz”.
En definitiva le estaba pidiendo al Padre transitar por otra vía menos dolorosa para Él que pasar por todo ese calvario.
Dios podría haber dicho: “bueno hijo, vamos a suspender el plan de salvación, vente a casa de nuevo”.
Pero Jesús interpretó correctamente el silencio de Dios: “no apartaré de ti este”.
Y por eso, con buen tino, Jesús concluyó “que se haga tu voluntad, más no lo que yo quiero”.
Además la oración es también un esfuerzo de por vida, que nos permite llegar a conocer lo que nuestro Creador quiere para nosotros y nos da la oportunidad de trabajar con él.
A medida que el camino que recorremos aquí en la tierra, se abre paso hacia uno y otro lado, nuestras necesidades y deseos incluso cambian.
Dios sabe y ve por delante, por el camino de nuestra vida.
Donde sólo vemos la oscuridad y un camino sin luz, Él ve plenamente la luz brillante.
Dios sabe lo que es posible mañana o el próximo año o en cinco.
Es por ello que sus respuestas provienen de un lugar de amor puro y con la perspectiva de futuro.
Todos sus movimientos están diseñados para ayudarnos a ser la mejor versión de nosotros mismos.
Y si mantenemos nuestras mentes y corazones abiertos a los matices de la esperanza de Dios para nosotros, vamos a empezar a ver un patrón.
A pesar de que expresamos nuestros deseos y necesidades, seremos capaces de atemperar nuestras reacciones y expectativas. Recibimos el don de la paciencia.
Con el don de la sabiduría, somos capaces de discernir que cuanto más nos vaciamos de atracciones corporales, más se abre lo que Dios tiene reservado para nosotros.
Y más fortaleza mostramos en la espera de una revelación de lo que podría ser.
Después de todo, Dios Padre sabe mejor.
Él nos ofrece la oportunidad para que nos vaciemos y establezcamos un lugar para Él en nuestro corazón.
Es así que vamos a adquirir el hábito de sopesar la importancia de nuestras peticiones.
No sólo podemos discernir por nosotros mismos, sino que también estamos más capacitados para hacer un esfuerzo de centrarnos en las necesidades y deseos de los demás.
Este es el regalo que nuestro Padre en el Cielo ofrece a sus hijos; todo lo que tenemos que hacer es cooperar.
“Que el Dios de toda esperanza los colme de gozo y paz en el camino de la fe y haga crecer en ustedes la esperanza por el poder del Espíritu Santo”, (Romanos 15:13)
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