(RV). En su camino de fe, la Iglesia y cada cristiano deben estar atentos a no encerrarse en un sistema de normas, sino que deben dejar espacio a la “memoria” de los dones recibidos por Dios, al dinamismo de la “profecía” y al horizonte de la “esperanza”. El Papa Francisco resumió con estas tres palabras su homilía de la Misa de la mañana, celebrada en la capilla de la Casa se Santa Marta.
El andamiaje de la ley que todo delimita y el soplo liberador de la profecía que impulsa más allá de los confines. En la vida de la fe – advirtió el Pontífice – el exceso de confianza en la norma puede sofocar el valor de la memoria y el dinamismo del Espíritu. Jesús, en el pasaje evangélico del día, demuestra este asunto a los escribas y a los fariseos – que querrían hacerlo callar – con la parábola de los viñadores homicidas. Contra el dueño que para ellos ha plantado encomendándosela; una viña bien organizada, los campesinos colonos deciden rebelarse, pegando y matando a los siervos que aquel patrón envía para pedir la cosecha que le corresponde. El culmen del drama es el asesinato del único hijo del patrón, hecho que habría permitido, según pensaban injustamente los campesinos, que se quedaran con toda la herencia.
Casuística y libertad
El Santo Padre afirmó que asesinar a los siervos y al hijo – imagen de los profetas de la Biblia y de Cristo – muestra a “un pueblo encerrado en sí mismo, que no se abre a las promesas de Dios, que no espera las promesas de Dios. Y dijo que se trata de un pueblo “sin memoria, sin profecía y sin esperanza”. A la vez que añadió que a los jefes del pueblo, y de modo especial, les interesa levantar un muro de leyes, “un sistema jurídico cerrado”, y nada más:
“La memoria no interesa. La profecía: mejor que no vengan los profetas. ¿Y la esperanza? Pero, cada uno la verá. Este es el il sistema a través del cual ellos legalizan: doctores de la ley, teólogos que siempre van por la vía de la casuística y no permiten la libertad del Espíritu Santo; no reconocen el don de Dios, el don del Espíritu y enjaulan al Espíritu, porque no permiten la profecía en la esperanza”.
“Este es el sistema religioso al que habla Jesús. ‘Un sistema – come dice la Primera Lectura – de corrupción, de mundanidad y de concupiscencia’, tal como San Pedro dice en la Primera Lectura”.
La memoria nos hace libres
El Santo Padre afirmó que, en el fondo, el mismo Jesús se siente tentado de perder la memoria de su misión, la tentación de no dar lugar a la profecía y preferir la seguridad en lugar de la esperanza, es decir, la esencia de las tres tentaciones que sufrió en el desierto. De ahí su observación:
“A esta gente Jesús les reprocha, porque conocía en sí mismo la tentación: ‘Ustedes van por medio mundo para conseguir un prosélito y cuando lo encuentran, lo hacen esclavo’. ¡Este pueblo tan organizado, esta Iglesia tan organizada hace esclavos! Y así se entiende la reacción de Pablo cuando habla de la esclavitud de la ley y de la libertad que te da la gracia. Un pueblo es libre, una Iglesia es libre cuando hace memoria, cuando deja lugar a los profetas, cuando no pierde la esperanza”.
¿Corazón abierto o enjaulado?
El Obispo de Roma subrayó que la viña bien organizada es “la imagen del pueblo de Dios, la imagen de la Iglesia y también la imagen de nuestra alma”, de la que el Padre se ocupa siempre con “tanto amor y tanta ternura”. Rebelarse a Él es como para los viñadores homicidas, “perder la memoria del don” recibido por Dios, mientras “para recordar y no equivocarse en el camino” es importante “volver siempre a las raíces”:
“¿Yo tengo memoria de las maravillas que el Señor ha hecho en mi vida? ¿Tengo memoria de los dones del Señor? ¿Yo soy capaz de abrir el corazón a los profetas, es decir al que me dice ‘esto no va, debes ir hacia allá; ve adelante, corre el riesgo’? Esto hacen los profetas… ¿Yo estoy abierto a eso o soy temeroso y prefiero encerrarme en la jaula de la ley? Y al final: ¿yo tengo esperanza en las promesas de Dios, como tuvo nuestro padre Abraham, que salió de su tierra sin saber a dónde iba, sólo porque esperaba en Dios? Nos hará bien hacernos estas tres preguntas…”.
(María Fernanda Bernasconi - RV)
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